Entre oro y plata, ¡salve Inmaculada!
esta capital te aclama en su fuero.
Reinas paciente tras muros de albero,
león y concha de otra era ilustrada.
Lis y rosas tu estampa floreada;
gloria y pasión tras tu recto sendero,
dulce rastro del dogma verdadero;
razones tienes por sentirte amada.
¡Tú que la portas!, colono querido,
mece su paso en mi feligresía,
carolinense atento, de fe herido.
Madre, que sufrió desde el primer día,
entiendes lo que fue un sueño incumplido;
La Carolina y su santa utopía.