Ahora que la tormenta
despierta el cándido sueño
que se acurruca entre velas
rotas de fe y blanco incienso,
donde las trémulas sombras
glosan su guiñol etéreo
con silencios impacientes
y respuestas de negro hielo.
Ahora se resquebraja
el cristal del rojo cetro
sobre el opiáceo néctar
que manaba de sus besos,
haciendo gravitar mi alma
en pretérito imperfecto.
Ahora perdí la sombra
en el desván polvoriento
de sus recuerdos felices,
sin poder sacar ileso
de esa buena noche oscura
a mi corazón inquieto,
quien se quebró caprichoso
en mil picas de amor y hueso,
deshilachado entre suaves
solapas de terciopelo,
melindres de fino encaje
y satén de nazareno.
¡Ahora la Luna sabe!,
pues reclamó desde el cielo
con su esquivo Sol amante,
y ambos han visto tu juego.
Es ahora, que ha soplado
el viento sobre tu espejo,
dejando ver la podrida
alimaña bajo el velo.
Ahora que se derrama
sutil perfume a cerezo
y las estrellas han dicho,
que en su vida conocieron
una traición sin dolor,
ni puñalada sin hierro.
¿Y preguntas por qué muero,
siendo tú quien talla el blanco
epitafio de mi duelo?
Ahora, perdido el beso
en las oscuras espinas,
sin poder ceñir tu cuerpo
con el deseo aún vivo,
sin poder prender tu pelo,
sin saber porqué en mi oído
no trina nunca el jilguero,
solo callo, solo lloro,
y tan solo a veces rezo.